
El tal don Gil era un personaje de relieve (la prueba está en que
tiene dedicada una calle) y su nombre aparecía frecuentemente en los ecos de sociedad de las revistas del corazón de la época. El hombre se sentía obligado a responsabilizarse de sus deberes familiares, como buen padre. Tenía dos hijas en edad de merecer, feúchas, sin gracia y bastante poco inteligentes. Y se hacía acompañar por ellas a absolutamente todos aquellos sitios a los que, invitado como primera autoridad municipal, tenía que acudir.
-¿Ha llegado ya don Gil?
-Sí, ya ha llegado don Gil y, como siempre, viene acompañado de sus pollas.
Mientras don Gil se encargaba de atender las numerosas conversaciones que su cargo de alcalde comportaban, sus pollitas iban a ocupar algún asiento que descubrieran desocupado, a esperar a que algún pollo (o jovencito) se les acercase, cosa que nunca sucedía. La situación, una y otra vez repetida, dio lugar a la asociación mental de 'tonto' o 'tonta' con don Gil y sus pollas.
¿Cómo describir esa circunstancia tan compleja de estupidez? Los
imaginativos y bien humorados madrileños lo tuvieron fácil: para
expresar la idea de 'mentecato integral e inconsciente'... ¡ya está!:
Gil (D.Gil)-y-pollas (las dos jovencitas hijas suyas) = gil-i-pollas.
Cundió por todo Madrid, que compuso esta palabra especial, castiza, nacida en la Capital del Reino y, después exportada al resto de España, ganándose a pulso con el tiempo el derecho de entrar en la Real Academia Española.
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